sábado, 29 de noviembre de 2008

Una historia sin nombre

Ya faltaba poco para el gran momento. Me miré al espejo, comprobé que todos los nudos, botones y amarras estuviesen bien, revisé mi maquillaje y peinado y ensayé un par de poses y tonos de voz.


Escuché cuando me anunciaron en el escenario y el aplauso vago de los asistentes. Tomé aire, cerré los ojos y caminé. Los aplausos se hicieron un poco más fuertes y vi el rostro de cientos de personas atentas a mi. Hice una reverencia y comenzó el show.

No era la primera vez que lo hacía, pero esta era especial, porque él estaba invitado. No sabía si había llegado y los cientos de rostros se confundían entremedio de las luces, los acordes de la guitarra y los fuertes sonidos de la batería. Mi corazón se contraía al pensar que quizá no quiso asistir, que se había arrepentido y que no querría estar realmente conmigo... claro, si al final de cuentas, yo sólo era una cantante en busca de la fama y él... él no necesitaba nada de eso en su intachable historial, en su intachable familia de rimbombante apellido.

El público parecía estar disfrutando mis canciones y de a poco su ánimo iba en aumento, aplaudían y gritaban y algunos hasta hacían el intento de cantar los desconocidos coros... mal que mal, todos venían a ver al grupo al que yo teloneaba y no precisamente a mi, así que no era raro que no supieran las letras.

La última canción era la suya, la que le escribí aquella tarde en que nos juntamos a escondidas en su jardín, alejados de las intrusas miradas de parientes y sirvientes, entre los arbustos y las flores, conversando cosas triviales y disfrutando el momento. La canción dedicada a sus profundos ojos café, demasiado comunes para su linaje, pero que hacían juego con su hermoso rostro. Nunca olvidaré esa tarde, escondidos... solos. Era una canción melancólica y la gente guardaba silencio, las parejas se abrazaban, las mujeres no podían contener aquellas traviesas lágrimas en sus ojos y los hombres trataban de aparentar indiferencia... Mientras yo, con el corazón destrozado por no notar su presencia, por ver cumplidas las peores profecías y reprochándome el haberle puesto esa estúpida prueba que seguramente llevó al fin todo. Cantaba con toda el alma, llorando de amargura, manchando cada nota con mi tristeza y esparciéndola por todo el lugar.
¡Qué tonta fui al pedirle que desafiara todo por mi!

La canción terminó e hice una reverencia ante cientos de miradas parpadeantes, ante cientas de bocas mudas y personas inmóviles. Parece que otra vez lo había arruinado todo, ahora ni la gente me quería... Me di vuelta y comencé a bajar del escenario, con la cabeza gacha y todos mis sueños hechos añicos.

Ya no oía nada más que mi corazón zumbando en mis oídos, mi respiración entrecortada y gastaba toda mi fuerza de voluntad en contener las lágrimas. Hasta que unos brazos fuertes pero amables me abrazaron, rodearon mi cintura desde la espalda y me apretaron con dulzura... y una voz, la voz más hermosa que jamás he escuchado me dijo al oído "¿no piensas darles lo que piden?"

Al instante me volteé y lo besé con todo el amor contenido, con toda la desesperación de quien se creyó abandonada, con locura y ternura. Y en ese instante escuché también el coro de cientos de voces, gritando confusamente mi nombre y llamándome de nuevo a escena.

Miré los ojos de mi amado, que cumplió su promesa, que me acompañaría de ahora en adelante, que ya no me dejaría sola. Me tomó de la mano y, juntos, salimos al escenario una vez más.

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Memories IV by Constanza Arriagada is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.0 Chile License.

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